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Buenos Aires, Argentina

Un Espacio Particular y Para Todos

En este espacio se tratara de liberar las toxinas de nustro pensamiento, dandole permiso a nuestra imaginacion y desencantos.

martes, 20 de enero de 2009

Para imaginar escuchando.

El despues de la Segunda Guerra Mundial

El fin de la Segunda Guerra Mundial configuraría un nuevo mapa del mundo, diferente al que se había configurado luego de la Primera Guerra Mundial , ya que  mostró una Europa devastada, con 55.000.000 personas muertas o desaparecidas, entre las cuales, la mitad eran civiles. Los campos de concentración nazi, donde perdieron la vida millones de personas, es un ejemplo de las atrocidades cometidas, aunque también hubo vejaciones a la población civil en otros lugares, como por ejemplo, los japoneses hacia los ciudadanos chinos, o en Estados Unidos contra sus ciudadanos japoneses. Ciudades y vías de comunicación fueron destruidas, la economía se paralizó, y la industria se concentró en la producción de material bélico. Alemania quedó reducida a escombros, la tierra se tornó improductiva, afectando la producción agrícola-ganadera.

En el aspecto económico, lógicamente que como habían cambiado las estructuras de poder Gran Bretaña perdería su carácter de primera potencia, al quedar sumamente endeudada, pero ya se perfilaba como rectora de los destinos del mundo, cuando firmó con Estados Unidos, la Carta Atlántica, y luego, en 1942, el Acuerdo de Ayuda Mutua. La Sociedad de las Naciones, creada luego de la Primera Guerra Mundial, había mostrado su ineptitud para impedir un nuevo estallido de violencia mundial.

Alemania, principal vencida, debió afrontar los más altos costos, casi iguales a los costos que tuvo que afrontar luego del Tratado de Versalles en 1918. En la Conferencia de Yalta, en Crimea, se reunieron en febrero de 1945, Stalin, en representación de la URSS, Franklin Roosevelt, por EEUU y Winston Churchill, por Gran Bretaña, donde decidieron la división de Alemania en regiones, bajo el control de los países vencedores del conflicto. Esto se concretó en junio de 1945, cuando se celebró en Alemania, la Conferencia de Postdam: una Alemania capitalista, llamada Alemania Federal y una comunista, la República Democrática Alemana.
La Conferencia de Postdam también determinó que Alemania debía devolver los territorios europeos ocupados y la separación de Austria. Se trataría de que Alemania se democratizara, y se erradicaría el espíritu del nazismo y se procuraría su desarme, persiguiendo a los criminales de guerra nazis.
La reparación económica a exigir a Alemania debería ser razonable, y no confiscatoria, como la posterior a la Primera Guerra Mundial. Así se fijó como suma 20 mil millones en productos industriales y mano de obra, que no se pagó como consecuencia de la Guerra Fría.

En abril de 1945, se creó la ONU, dejando bien en claro cuales serian estrategias políticas del futuro, decidida por la Conferencia de San Francisco en Estados Unidos, con el objetivo de asegurar la paz y el respeto a los derechos de las personas, tan fuertemente violados por el régimen nazi, que produjo el genocidio de millones de personas por razones raciales.

Para asegurar los derechos fundamentales del hombre, como la vida, la libertad y la igualdad, la ONU redactó en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Los dirigentes del régimen nazi fueron juzgados y condenados en los llamados juicios de Nuremberg, realizados en esa ciudad alemana en noviembre de 1945 y octubre de 1946, por los crímenes cometidos contra judíos, gitanos y negros, a quienes sometieron a vejaciones y asesinatos en campos de concentración y exterminio.

Una consecuencia fundamental de la Segunda Guerra Mundial, fue la aparición de dos bloques antagónicos, que se habían unido durante la guerra y se favorecieron con ella: Estados Unidos y Rusia, con ideologías opuestas. El capitalismo representado por Estados Unidos, que no había sufrido la guerra en su territorio y el comunismo ruso se enfrentarían a partir de estos momentos, en la “Guerra Fría”.

La Unión Soviética ocupó parte del territorio polaco, y Polonia se extendió hacia el oeste, ocupando territorio alemán. En Polonia se reconoció como legítimo el gobierno de Lublin, ciudad ubicada al este de Polonia, cerca de Varsovia, donde se formó un Comité que gobernó en forma provisional.

Estados Unidos necesitaba ayudar a Europa, pues precisaba mercados para sus productos, y fortalecer alianzas para enfrentarse al comunismo soviético. Para ello lanzó el Plan Marshall, con cuyos préstamos se logró el resurgimiento de los estados europeos. Los países comunistas lanzaron su propio plan, creando el Consejo de Asistencia Económica Mutua (CAME).

La economía de la Unión Soviética estaba en una profunda crisis, lo que aprovechó Stalin para unir el país y sacarlo de la depresión, elaborándose el Plan Quinquenal, entre 1946 y 1950. Luego de la guerra, la URSS, incrementó su influencia sobre los países de Europa del este (Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Polonia, Bulgaria y en menor medida, Albania y Yugoslavia).

Los europeos y estadounidenses, también advirtieron que una de las causas que desembocó en la Segunda Guerra Mundial, fue la economía, originada en la crisis de 1930.

Para evitar problemas económicos que originaran fricciones internacionales, se sentaron las bases de la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (Banco Mundial), y de una organización mundial de comercio. Esta última propuesta no prosperó.

El FMI fue creado el 22 de julio de 1944, durante una convención de la ONU, con la función de fomentar el comercio internacional, promover la estabilidad cambiaria y brindar ayuda económica, a través de préstamos, a los países que lo necesitaran.

El Banco Mundial fue creado, al igual que el FMI, por los Acuerdos de Bretón Woodsen 1944 y tiene su sede en la ciudad de Washington, Estados Unidos. Fue el encargado de ayudar a la reconstrucción de los países destruidos por la guerra, y brindar créditos a los países para promover su desarrollo.

En 1948 se firmó el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), que eliminaba las preferencias comerciales entre países. Esto motivó un conflicto con Gran Bretaña, que aplicaba esta política entre los países del Commonwealth (grupo de países que comparten lazos históricos con el Reino Unido).

Este es un claro panorama político y económico, de cómo el mundo comenzó a manejarse luego de la Segunda Guerra Mundial, que lógicamente se destacan a los rasgos causados en la primera gran guerra, pero por sobre todas las cosas marcan los orígenes de las políticas estratégicas que conducen nuestro presente.

Sin pan y sin trabajo.

Sin pan y sin trabajo (1894), óleo sobre tela, 125,5 x 216 centímetros

http://www.agendadereflexion.com.ar/2003/12/28/142-sin-pan-y-sin-trabajo/


lunes, 5 de enero de 2009

CONVENTILLOS DE BUENOS AIRES 1880-1930

Introducción.

 

La imagen del conventillo dominó toda una época de nuestra historia urbana. Nacido a mediados del siglo XIX, tuvo su edad de oro en la década de 1880, como contracara miserable y calamitosa de la prosperidad que se creía estar aplicando en esos años.

Negocio lucrativo para muchos, marcó con sus estigmas a varias generaciones de inmigrantes y criollos y terminó por entrar – a través de la mitología del tango y del sainete – en la leyenda de la ciudad.

Esto nos lleva a preguntarnos ¿cómo era la vida de los conventillos entre 1880-1930?, sabiendo que este surge como producto de los aportes inmigratorios y de un modelo económico que en 1930 no quedaría afuera de la crisis económica mundial generando un estilo de arte que representaría el manifiesto de una sociedad dividida entre ricos y pobres, enmarcados entre un fuerte conflicto social e ideológico que luego se vería reflejado en el arte.  

No tenemos que olvidar que en el ámbito del conventillo la importancia entre las relaciones cosmopolitas que se llevaban a cabo en el patio de la casa de inquilinatos crearía un ámbito cultural con fuertes definiciones estéticas incorporadas por las vanguardias de tendencia izquierdista.

A mediados del siglo XVIII, en los años inmediatamente anteriores al establecimiento del Virreinato del Rió de la Plata, Buenos Aires ya conocía algunas formas larvadas y precursoras de la casa de inquilinato. Existía por entonces, la costumbre de compartir la amplia vivienda familiar con un numero variable de inquilinos y huéspedes circunstanciales. En el censo de población que mando realizar en 1744 el Gobernador don Domingo Ortiz de Rosas se consignan algunos datos de interés sobre el particular: en la manzana comprendida por las calles Defensa, Bolívar, Moreno y Alsina, por ejemplo se registran 15 casas habitadas por 209 personas, con la aclaración de que en algunas de ellas viven 33 personas, entre familiares, sirvientes e inquilinos.1

Un poco mas allá, en el perímetro enmarcado por Tacuari, Chacabuco, Alsina e Hipólito Irigoyen, que por entonces se llamaba Santo Tomas, San Pedro, San Juan Bautista y Cabildo, respectivamente, se verifica la mayor concentración de inquilinos: 124 sobre 231 personas empadronadas. Los grandes propietarios de ese momento son la Compañía de Jesús y algunos particulares como don Pablo Carricaburu, don Francisco de Merlo.

Años después, entre las postrimerías de Virreinato y la instalación de Rosas, la costumbre de subalquilar se extiende e inclusive se constituyen algunas casas –en especial los “altos” o casas de dos plantas – con fines de renta. Pero no estamos todavía ante el conventillo en su versión canónica y más convencional.

Basta repasar las memorias de Mansilla, por ejemplo, para tener una idea de la fisonomía interior de estas casonas de estirpe vieja y de vida cotidiana de sus moradores. A lo sumo algún viajero, como el capitán Head o el ingles Woodbine Parish, se queja hacia la segunda o tercera década del siglo XIX por la falta de comodidades que caracteriza a las sólidas y sencillas casas de época colonial: “las casas son las moradas mas incomodas a que haya nunca entrado”, dice el primero y acota el segundo: “cuando llegue al país carecía los habitantes en sus casas particulares de las comodidades europeas”.

El conventillo pertenece a otro momento de nuestra historia, el suyo no es un marco tan nostálgicamente amable como el entrevisto en las paginas rememoradoreas de Mansilla, Guido Cané, Calzadilla o Wilde. Vale la pena, entonces, repasar en forma sintética algunos datos que explican su advenimiento.

 

 

 

 

 

 

Los inmigrantes.

 

La caída de Rosas en 1852 abre, indudablemente, un nuevo rumbo en múltiples aspectos de la vida argentina. Liquidadas en Caseros las cautelas constitucionalistas del Restaurador y quebrado el equilibrio entre los ganaderos porteño-litoralenses, que había predominado durante todo el periodo rosista y era representativo de una de las fases de nuestra evolución económica, la Argentina inicia un proceso de reorganización y “modernización” que terminara por adaptarla de lleno a las exigencia del desarrollo capitalista mundial.2

Dentro del proyecto liberal, ocupa un lugar de fundamental importancia, el aporte inmigratorio. La Argentina es un país desértico, dice Alberdi; es indispensable poblarlo, asentar colonos, superar la gravitación del desierto y del vació demográfico que estanca nuestro progreso. Se enfrentan dos concepciones aparentemente irreconciliables, Sarmiento (que luego corregirá el carácter absoluto de sus opiniones de entonces) encarece desde El Nacional las ventajas de la inmigración europea; José Hernández, por el contrario, sostiene desde El Rió de la Plata que “la inmigración sin capital y sin trabajo es un elemento de desorden, de desquicio y de atraso” y acota que “si el país necesita la introducción del elemento europeo, necesita también y con urgencia la fundación de colonias agrícolas con elementos nacionales”.

En 1869 –año del primer censo de población organizado con criterio moderno – la Republica Argentina tenía 1.736.923 habitantes. A partir de esta cifra podemos seguir en todas sus fases y alternativas el proceso de incrementacion demográfica que experimenta el país, con su secuela de crecimiento urbano y con los problemas que la improvisación general no tardo de desatar. Un cuadro sintetizador permitirá hacernos una idea aproximada del ingreso de inmigrantes entre 1861, año de la batalla de Pavón, y las fiestas del centenario de la Revolución de Mayo.

 

 


 

Pero este proceso, iniciado durante la presidencia de Mitre (1862-1868), solo encontrara una respuesta medianamente racional a partir de 1876 (presidencia Avellaneda), con el dictado de la Ley Nº 817 de Inmigración y Colonización, y posteriormente con la ocupación del Rió Negro como remete de las campañas militares al Desierto, medidas estas que permitirán el afincamiento parcial de colonos en determinadas áreas en crecimiento.3

El grueso de la inmigración, sin embargo, no encuentra posibilidades de afincamiento real en las zonas rurales y opta por permanecer en ciudades como Buenos Aires y Rosario, insertándose en un inesperado fenómeno de crecimiento y expansión urbana.

La afluencia inmigratoria intensiva tuvo su fundamento en planes de colonización que, en la mayor parte los casos, no se cumplieron, o se cumplieron en forma parcial e inadecuada; contradictoriamente trabada en su desenvolvimiento por la supervivencia de la estructura social y de los controles político-económicos impuestos por la oligarquía terrateniente, fue absorbida a partir de la década del 70, y en especial a partir de 1880, por los semidesarrollados centros urbanos. Estos centros urbanos recibieron cierto estimulo a partir de las inversiones extranjeras y de los planes de obras publicas esbozados pródigamente por el “régimen”, y la inmigración suministro a estas inversiones y planes mano de obra barata, un moderno aporte empresario y una masa no productiva que se desplazo rápidamente hacia los servicios públicos.

Se verifico de esta manera – entre 1869 y 1914, señalados habitualmente como limites – la siguiente curva aproximada de crecimiento urbano: 1869, 27 %; 1895, 37 %; 1914, 53 % de la población, con la advertencia de que a la ciudad de Buenos Aires le toco absorber, cerca del 50 % del aporte inmigratorio. La ciudad creció con un ritmo vertiginoso.  Como consecuencia de este fenómeno de crecimiento, en una sociedad apenas preparadas para un cambio de tal magnitud, emergiendo trabajosamente de la sueñera remansada del periodo anterior, nació el conventillo, cuya antesala sórdida y atestada fue el celebre Hotel de Inmigrantes.

Aclaremos, antes de seguir, que el conventillo – o en forma más global el hacinamiento y las condiciones infrahumanas de alojamiento – no fue un fenómeno exclusiva y típicamente porteño. Corresponde, por el contrario, al momento de la revolución industrial y de la expansión capitalista a nivel mundial, como una de sus secuelas más agresivamente notorias.

Londres tiene en esa época sus barrios y calles de conventillos, su Ravenrookery, su Saint Giles, su Whitechapel, verdaderos hacinaderos humanos donde se arrastra la miseria mas escalofriante; y hay conventillos en Dublín, en Glasgow, en Edimburgo, en Paris, en Nueva York, prácticamente en todas las ciudades ligadas por su importancia económica directa o indirectamente, desde el centro o desde la periferia, al proceso de la revolución industrial.

 

  

El conventillo.

 

Buenos Aires, como dijimos anteriormente, debió duplicar o triplicar en pocos años su capacidad habitacional para dar cabida a los nuevos contingentes inmigratorios. La mudanza de los grupos tradicionales al Barrio Norte (alrededores del 80) permitió alojar a numerosas familias, que se hacinaron en los ya obsoletos caserones del Sur. Los especuladores, a su turno, no tardaron en acondicionar vetustos edificios de la época colonial o en hacer construir precarios alojamientos para esta demanda poco exigente y ansiosa por obtener, mal o bien, su techo. La improvisación, el hacinamiento, la falta de servicios sanitarios y la pobreza sin demasiadas esperanzas hicieron el resto.

 

 

La casa de inquilinato presentaba un cuadro animado, lo mismo en los patios que en los corredores. Confundidas las edades, las nacionalidades, los sexos, constituía una especie gusanera, donde todos se revolvían saliendo unos, entrando otros, cruzando los más, con esa actividad diversa del conventillo. Húmedos los patios, por allí se desparramaba el sedimento de la población; estrechas las celdas, por sus puertas abiertas se ve el mugriento cuarto, lleno de catres y baúles, sillas desvencijadas, mesas perniquebradas, con espejos enmohecidos, con cuadros almazarronados, con los periódicos de caricatura pegados a la pared y ese peculiar desorden de la habitación donde duermen seis y es preciso dar buena o mala colocación a todo lo que se tiene.4     

 

 

El auge de los conventillos.

 

La “época de oro” del conventillo porteño se localiza hacia la década del 80, aunque la casa de inquilinato, como institución, desborda ese marco y se proyecta con ligeras variantes hasta hoy. Al comenzar los años 1880 Buenos Aires cuenta con 1.770 conventillos, en los que pernoctan 51.915 personas repartidas en 24.023 habitaciones de material, madera y chapas. Tres años después las casas de inquilinato son 1.868, pero apenas se han agregado 1.622 cuartos para alojar a 12.241 nuevos parroquianos. En 1987, pico de la década, los conventillos son 2.835. A mediados de 1890 el número de estos decrece a 2.249, pero la relación habitaciones habitantes continúa siendo alarmante: 37.603 habitantes para 94.743 inquilinos. Los barrios o parroquias mas populosas son Concepción (Caseros, Solís, México y Chacabuco), Piedad (Alsina, Sarandi, Ayacucho, Paraguay, Uruguay y San José), Socorro (Paraguay, Uruguay, Callao y Rió de la Plata), San Nicolás (Uruguay, Cuyo, Esmeralda y Paraguay), Balvanera (México, Boedo, Victoria, Medrano, Córdoba, Paraguay, Ayacucho y Sarandi) y San Telmo (Chacabuco, México, Paseo Colon y Caseros).

 

 

Numero de conventillos por barrios o parroquias:

 

                                                       

 

Desde sus comienzos el conventillo fue fuente de reflexión y escándalo para los hombres del 80, que habían sido, en cierta medida, sus artífices.

Complicada con ingredientes de xenofobia, esteticismo, positivismo al uso y fobia clasista, es fácil adivinar el efecto que habrá causado en estos hombres la imagen del pauperismo y de la mugre vocinglera, entrevista fugazmente al cruzar ante un portal de la calle Bolívar o Alsina.

Para algunos, lectores apresurados de la novedosa escuela de Medan5 y de los textos sociológicos de Ramos Mejia, este caso de anfiteatro era un claro testimonio de las taras hereditarias y de la inferioridad social y biológica de la inmigración meridional; para otros, apenas un fantasma. Allí desvalorizada en el fondo del conventillo cosmopolita estaba la “resaca humana”, el “áspero tropel de extrañas gentes” de Rafael Obligado, la “ola roja” de Cané, los “judíos invasores” de Martel, los italianos con “rapacidad de buitre” de Cambaceres. Aparte, y a bastante distancia, la gente “decente”, los criollos rancios que reconocen las claves de las causeries de Mansilla6, que saben de que habla Lucio V. López en las griegas de terracota7 (o lo fingen), que se vinculan “entre nos” por un código y unos recuerdos comunes.

 

 

La fiebre amarilla y los servicios.

 

No faltan, sin embargo, quienes tratan de acercarse al fenómeno con cierto rigor científico, como Eduardo Wilde en su Curso de Higiene Publica (1883), y como Guillermo Rawson, que pública en 1885 un revelador estudio sobre las casas de inquilinato de Buenos Aires cuyo texto vale la pena recorrer.

Conmovido por la degradación ambiental del conventillo, Rawson comienza su trabajo con una astuta apelación al instinto de supervivencia de las clases pudientes, todavía impresionadas por la epidemia de fiebre amarilla de 1871.

 

 

Acomodados holgadamente en nuestros domicilios, cuando vemos desfilar ante nosotros a los representantes de la escasez y de la miseria, nos parece que cumplimos un deber moral y religioso ayudando a esos infelices con una limosna; y nuestra conciencia queda tranquila después de haber puesto el óbolo de la caridad en la mano temblorosa del anciano, de la madre desvalida o del niño pálido, débil y enfermizo que se nos acerca.

Pero sigamos, aunque sea con el pensamiento, hasta la desolada mansión que los alberga; entremos con ellos a ese recinto oscuro, estrecho, húmedo e infecto donde pasan sus horas, donde viven, donde duermen, donde sufren los dolores de la enfermedad y donde los alcanza la muerte prematura; y entonces nos sentiremos conmovidos hasta lo mas profundo del alma, no solo por la compasión intensísima que ese espectáculo despierta, sino por el horror de semejante condición.

De aquellas fétidas pocilgas, cuyo aire jamás se renueva y en cuyo ambiente se cultivan los gérmenes de las más terribles enfermedades, salen esas emanaciones, se incorporan a la atmósfera circunvecina y son conducidas por ellas tal vez hasta los lujosos palacios de los ricos.

Un día, uno de los seres queridos del hogar, un hijo, que es un ángel a quien rodeamos de cuidados y de caricias, se despierta ardiendo con la fiebre y con el sufrimiento de una grave dolencia. El corazón de la madre se llena de ansiedad y de amargura; busca sin demora al medico experimentado que acude presuroso al lado del enfermo; y aquel declara que se trata de una fiebre eruptiva de un tifus, de una difteria o de alguna otra de esas enfermedades zimoticas que son el terror de cuantos las conocen, el tratamiento científico se inicia; el tierno enfermo sigue luchando con la muerte en aquella mansión antes dichosa, y convertida ahora en un centro de aflicción; el niño salva, en fin, o sucumbe bajo el peso del mal que lo aqueja.

¿De donde ha venido esa cruel enfermedad? La casa es limpia, espaciosa, bien ventilada y con luz suficiente según las prescripciones de la higiene. El alimento es escogido y su uso ha sido cuidadosamente dirigido.

Nada de descubre para explicar como ese organismo, sano y vigoroso hasta la víspera, sufriera de improviso una transformación de esta naturaleza. El enfermo ha sanado quizá, y damos gracias al cielo y al medico por esta feliz terminación; o ha muerto dejando para siempre en el alma de la familia el duelo y el vació; pero no investigamos el origen del mal; las cosas quedan en las mismas condiciones anteriores y los peligros persisten para los demás.

Acordemos entonces de aquel cuadro de horror que hemos contemplado un momento en la casa del pobre. Pensemos en aquella acumulación de centenares de personas, de todas las edades y condiciones, amontonadas en el recinto malsano de sus habitaciones; recordemos que allí se desenvuelven y se reproducen por millares, bajo aquellas mortíferas influencias, los gérmenes eficaces para producir las infecciones, y que este aire envenenado se escapa lentamente con su carga de muerte, se difunde en las calles, penetra sin ser visto en las casas, aun en las mejor dispuestas; y que aquel niño querido en medio de su infantil alegría y aun bajo las caricias de sus padres, ha respirado acaso una porción pequeña de aquel aire viajero que va llevando a todas partes el germen de la muerte.

 

 

Rawson toma en cuenta las tasas de mortalidad y morbilidad para señalar con más énfasis la necesidad de adoptar rápidamente algunas medidas correctas.

 

 

En el año 1883, la población de Buenos Aires ha sido probablemente de 310.000 habitantes. El número de defunciones alcanzo a 8.510, muertos de viruela; y ese total representaría el 26% de la población calculada. Si se sustraen las defunciones por viruela, que han podido reducirse a una mínima expresión mediante una vacunación y reevacuación severamente impuesta, la mortalidad quedaría reducida a un 23%.

Y bien los que han tenido oportunidad de observar la vida que se pasa en esas habitaciones malsanas que veníamos estudiando, los que hayan seguido con interés el proceso de afocamiento de las enfermedades infecciosas y epidémicas, podrán comprender que de la alta cifra de defunciones, 2.200 a lo menos, proceden de las casas de inquilinato, lo que daría, sobre los 64.156 habitantes que ellas tenían, una mortalidad del 34%. Y si se considera que de los 1.500 muertos de viruela, mas de mil han ocurrido en aquellas acumulaciones, se puede apreciar la influencia perniciosísima que esas casas ejercen, no solo por el sufrimiento de sus moradores, tan dignos de compasión, sino por la difusión de las enfermedades infecciosas, y la mayor gravedad que ellas asumen en aquellos focos horribles de donde se trasmiten al resto de la población.

 

 

Rawson, que conoce el paño, no descuida en su análisis el problema central de las rentas.

 

 

Las casas de inquilinato, con raras excepciones, si las hay, son edificios antiguos, mal construidos en su origen, decadentes ahora, y que nunca fueron calculados para el destino a que se los aplica.

Los propietarios de las casas no tienen interés en mejorarlas, puesto que así como están les producen una renta que no podrían percibir en cualquier otra colocación que dieran a su dinero.

Había el año pasado 1.868 casas de inquilinato, teniendo entre todas 25.645 habitaciones y el termino medio del alquiler mensual de cada una de estas era de 136 m$n. La renta que estas propiedades producen ascienden, según estos datos, 3.487.720 m$n cada mes y el producto anual sube a 41.852.640 m$n, o sea 1.730.162 pesos nacionales oro.

Es fácil saber cual es la avaluación de estas 1.868 propiedades en el Municipio, porque ella esta consignada en los registros de la contribución directa; pero calculando su valor por el de la totalidad de las propiedades urbanas, cuyo numero asciende a 22.500, se puede afirmar que el precio venal del conjunto de las casas de inquilinato no pasa de 15.300.000 pesos fuertes, lo que da un interés anual procedente de los alquileres de 11% poco mas o menos; sin contar con que muchas de estas casas de inquilinato tiene un valor notablemente inferior al que les correspondería por este calculo; y que, como hemos podido apreciarlo en algunas de esas casas vendidas en 1882, la renta conforme al valor estimado alcanza hasta el 18% anual.

Es claro que a los propietarios no les conviene vender esas fincas; y la prueba de ello es que se han enajenado 2.600 casas de 22.500 que existían en 1882, lo que corresponde al 10% del numero de casas en esa fecha; y no se encuentran entre estas ventas ni el 2% siquiera de las casas de inquilinato, siendo de notar que en el mayor numero de los casos esas enajenaciones tan escasas habrá sido determinadas por arreglos de familia o por otras causas que están lejos de ser financieras o comerciales.

Hemos tenido ocasión de examinar detenidamente las evaluaciones oficiales de 1883, para los efectos de la contribución directa, de las 758 casas de inquilinato de las cinco primeras secciones de la Capital; y como conocemos por la estadística municipal del mismo año cual es el numero de habitaciones contenidas en ellas y los alquileres que se cobran por cada una, estamos en aptitud de apreciar la renta anual que producen. El mayor numero de las casas de inquilinato no están exclusivamente ocupadas en esa forma, sino que emplean gran parte de su capacidad en servicios industriales o comerciales de otro carácter; y por consiguiente no pueden tomarse todas en consideración para estimar su producto en relación a los valores efectivos de aquellas propiedades.

   

 

La informada monografía de Rawson concluye con un sabroso discurso sobre las virtudes de las aguas corrientes (que el autor, ingenuamente, parece recomendarnos como panacea para la “cuestión social”).

 

 

Recomendando, como acabamos de hacerlo, y con especial encarecimiento, la provisión de aguas corrientes en las casas de inquilinato. Hemos mencionado ligeramente los servicios higiénicos a que esta provisión se encamina. Tener agua abundante al alcance de todos, verla brillar en su corriente impetuosa y levantarse su nivel en los depósitos donde se la acumula, es un fenómeno que produce en los que lo contemplan el deseo instintivo de ponerse en contacto con ese líquido amigo y provechoso. Los hombres, las mujeres, los niños se sienten irresistiblemente inclinados a lavar sus manos y su rostro en aquel líquido, y a sumergir su cuerpo en el depósito destinado para ese fin. Personas que habrían vivido muchos años sin recibir un baño, sin lavar siquiera algunas partes de su cuerpo, dejando en permanencia así la suciedad y la inmundicia, que no pueden dejar de ser sobremanera perjudiciales para la salud, se sienten invenciblemente decididos a lavarse y a bañarse repetidas veces, cuando el agua viene a buscarlos presurosa hasta la cabecera de su lecho, para ofrecerse a su servicio.

Es fácil comprender las ventajas sanitarias que se derivan de la practica y de los hábitos nuevos de la limpieza personal; y por eso insistimos con tanta decisión sobre la conveniencia de proveer abundantemente de aguas corrientes a las casas de inquilinato, las cuales, por la aglomeración misma que allí se forma, y las malas costumbres de poco aseo, rebajan el nivel moral de las personas, disminuyen su propia estimación y la simpatía reciproca, que es una necesidad en estas agrupaciones.

 

 

La literatura.

 

Las imágenes del conventillo interesaron desde temprano a muchos escritores de la época, subyugados por las formulas de la novela naturalista8 y dispuestos a incorporar en sus tranches de vie9 todos los elementos de la realidad, especialmente sus ribetes mas sórdidos y calamitosos.

Estas imágenes aparecen en Antigona (1885), de Roberto J. Payro; en Palomas y Gavilanes (1886), de Silverio Domínguez; en En la sangre (1887), de Eugenio Cambaceres; en Libro extraño (1894-1902), de Francisco Sicardi; en Croquis bonaerenses (1896), de Marcos Arredondo, y se convierten en tema de investigación para algunos estudiosos, preocupados (desde diversas perspectivas) por la llamada “cuestión social”. En este campo merecen ser citados Los trabajadores en la Argentina (1898), de Adrián Patroni, y Les logements ouvriers a Buenos Aires (1900), de Samuel Gaché. Años mas tarde las volveremos a encontrar en Manuel Gálvez (Nacha Regules e Historia de arrabal), en Héctor P. Blomberg (Las puertas de Babel), en Roberto Mariani (Cuentos de la oficina), de Juan Palazzo (La casa por dentro) y tangencialmente en la mayoría de los llamados “escritores de Boedo”.

Al concluir la década del 80 un escritor católico militante, Santiago Estrada, se expedía con cierta actitud acerca del conventillo en uno de los artículos de su libro Viajes y otras paginas literarias (1889).

 

El nombre que sirve de epígrafe a estas líneas produce en quien lo escucha o pronuncia algo parecido al calofrió premonitor del cólera del Asia y de la fiebre de la India.

El conventillo no es precisamente el conventículo, que supone una reunión de gentes de malas costumbres; no es lugar en que, según el Diccionario de la Lengua Castellana, se acoplan mujeres perdidas; no es el falansterio de Fourier10, económico, útil y magnifico, en el cual debía morar la comunidad de familias dedicadas a las tareas domesticas, agrícolas, industriales y científicas; no es la habitación desmantelada, revuelta, pobre, ocupada por el bohemio del barrio latino de Paris, con sus horas de alegría, con sus días de esplendor, con sus recuerdos básicos, artísticos y galantes; no es aquella buhardilla, vecina al cielo, en que la obrera trabaja y vela a su madre enferma; sin cortinas bordadas, pero con flores en los balconcillos; sin plata labrada, pero con utensilios de estaño que brillan como de plata; sin cuadros de precio, pero adornada con algún grabado expresivo y simpático; no es tampoco la casa modesta y limpia, alegre y ventilada del obrero de Paris. No se puede llamar al conventillo de Buenos Aires el cielo ni tampoco el tabernáculo de la santa pobreza. Semejante a las pocilgas humanas de la ciudad de Londres, donde por un cobre duermen los que no tienen hogar (mendigos, perdidos, fugitivos), él es pudridero de la pobreza y mina de oro de la avaricia.

En todos los barrios de Buenos Aires, centrales o lejanos, se encuentran aglomeraciones de gentes que viven procreando hijos para el sepulcro, haciendo ahorros para vivir mejor en los años venideros; ahorros que son la causa de que mueran de la manera mas miserable. Tales gentes tienen por cubierta, por techo, por casa, por hogar el conventillo.

El terreno cuadrado o cuadrilongo que el ocupa, pertenece generalmente a un rico que lo alquila a un empresario de viviendas para pobres. Algunas veces el mismo rico construye las habitaciones, de madera en la generalidad de los casos, de ladrillo y barro en las excepciones. El numero de las celdillas esta en razón directa de la avaricia del dueño o del arrendatario. Casi siempre las construyen en ambos lados del terreno, dejando en el centro una calleja que sirve a los inquilinos de entrada y de salida, de patio, cocina y lavadero; esta calleja es el intestino recto del conventillo.

En aquellas habitaciones no tiene, por de contado, cada uno de sus moradores los treinta y cinco metros cúbicos de aire respirable que necesita el hombre para vivir en buenas condiciones higiénicas; mas aun, el escaso aire que contienen no es renovable. Cuando está ocupada, la ratonera del conventillo recuerda las cajas de lata repletas de mariscos.

Los hombres, las mujeres y los niños, los perros, los loros y las gallinas viven y duermen estirados. En algunos de estos cuartos hay anaqueles que desempeñan las veces de camarotes superpuestos o de los tinglados de los gallineros. No falta negociante que haya ingeniado medios de alojamiento para los pobres e inmigrantes. Se dice que en ciertos conventillos se alquila por la noche el piso del patio, dividido en fracciones del tamaño de una sepultura. Algunos posaderos de la muerte arriendan lo que llaman cama caliente. En la cama caliente duermen sucesivamente tres o mas personas, que esperan a que les llegue el turno sentadas en los umbrales del conventillo. Se refiere también, que existen cuartos atravesados a lo largo por una cuerda denominada maroma, en la que se apoyan por los sobacos algunos bárbaros que duermen de pie como los gansos y las grullas.

El sol, que es la fuerza motriz del universo, pues calienta, vivifica, magnetiza e ilumina todo lo creado, no penetra en aquellos caños maestros rellenos de inmundicia vivas y estancadas. El árbol, que absorbe el carbono y deja en libertad al oxigeno, no brota en la tierra podrida de semejante basural, porque la falta espacio allí donde la avaricia no pierde una pulgada de terreno. El agua impura que origina la fiebre palúdica, que engendra la fiebre amarilla, donde brotan las orquídeas; que envenenaba con las emanaciones de las lagunas Potinas a los habitantes de una parte de los Estados Pontificios; que producía la dispepsia en Liverpool y Glasgow; que en el mejor vehículo del cólera; es el agua que bebe el habitante del conventillo de Buenos Aires.

Decía Brillat-Savarin, dime lo que comes y te diré quien eres. Averiguando lo que comen los moradores de esas casas, que son otros tantos ejemplares de la Morgue de Paris, pues en ellas puede encontrar la policía a todos los desaparecidos sin nombre, a todos los muertos ignorados, se puede saber quienes son los que las habitan.

Encienden carbón en la puerta de sus celdillas los que comen puchero; esos son americanos. Algunos comen legumbres crudas, queso y pan; esos son los piamonteses y genoveses. Otros comen tocino y pan; esos son los asturianos y gallegos. El conventillo es el reino de la ensalada cruda.

La conservación de la salud exige que la alimentación sea mixta. Las sustancias alimenticias se dividen en barias clases, cada una de las cuales desempeña en la economía del hombre una función diferente. Unas dan materia a la formación de los tejidos, otras son de esencia para la formación de los sistemas nervioso y muscular, y en virtud de su riqueza en hidrógeno y carbono son los agentes en las funciones que originan el calor; unas producen la fuerza mecánica, otras son indispensable para la digestión.

Si se tiene en cuenta que el aire impuro mata al minero de Inglaterra, que el cajista de imprenta se envenena con las emanaciones de plomo, que los pintores mueren victimas del cólico producido por inhalación de los efluvios de las tierras preparadas y convertidas en tinta; si a esto se agregan los efectos de una mala alimentación y si al aire viciado y a la mala alimentación se añaden los efectos morbosos de los vestidos inadecuados a las estaciones o sucios, y la falta de abluciones que entorpece la transpiración, pues el desaseo ciega los poros del cuerpo, se convendrá en cada uno de los conventillos de Buenos Aires en un taller de epidemias, en cada una de sus inmundas camas es el tálamo en el cual la fiebre amarilla y el cólera se recrean.

Acabamos de arrojar una ligera mirada sobre el conventillo de Buenos Aires, aduar del inmigrante avaro que muere en la miseria, revolcándose en la inmundicia y revolcando con su cuerpo la libreta del Banco, que representa sus ahorros, cosida a la espalda de su camisa, adherida por la mugre al cuerpo e instrumento de muerte como la túnica de Deyanira11.

Fijémonos ahora en los detalles de esa monstruosidad, de ese cáncer que es necesario cauterizar con el hierro emblandecido por el fuego.

El conventillo tiene de común con los sepulcros el blanqueo exterior y la podredumbre interior; pero guarda en sus entrañas corrompidas algo que no se encuentra en las tumbas, la lepra moral.

Enjambre de moscas zumbadoras e hidrofobicas, parecidas a las de Montfaucon, hormiguen12 en el zaguán del conventillo y pasan alternativamente de algún puchero puesto al fuego a la corriente tortuosa de agua podrida que surca el mal enladrillado patio.

Allí, en el fondo, fermenta la basura, conjunto heterogéneo de huesos, papeles, recortes de lienzo, cáscaras de frutas, coles descompuestas y hierba mate usada, esperando que le llegue la hora de atravesar la ciudad exhalando los últimos restos de sus miasmas. Las paredes de los calabozos llamados dormitorios contienen pegotes de sebo, tiznes de manchas de candil, humedad, verdín, vegetaciones de parásitos, costras de inmundicias difíciles de reconocer, exudaciones y manchas producidas quizás por los vómitos de algún colérico abandonado. En una palabra, penetrar en un conventillo es para la vista y el olfato como penetrar en un gran estomago de entorpecida digestión.

Habitan tales antros gentes de todas las profesiones, sexo y edades; lavanderas, cocineras, peones obreros; viejos, jóvenes y niños desconocidos porque en ningún empadronamiento figuran sus nombres. El conventillo es la olla podrida de las nacionalidades y las lenguas; es la guarida en que muchos inmigrantes ocultan los hijos nacidos aquí para liberarlos de las cargas de la ciudadanía; es el teatro de amores, de dramas y de tragedias ignotos. Pero ¿qué extraño es que la policía no conozca a los pobladores del conventillo si ellos mismos apenas se conocen entre si? Para los que lo habitan parecen dichas aquellas palabras; entre si conocerse, viven sin amarse y mueren sin llorarse. En ellos crecen, como la mala hierba, centenares de niños que no conocen a Dios, pero que dentro de poco tiempo harán pacto con el diablo. Carecen de la luz del sol, y se desarrollan raquíticos y enfermizos como las plantas colocadas en la sombra, carecen de luz moral, y se desarrollan miserables, egoístas, sin fuerzas para el bien. Son, pues, una doble amenaza, amagan la salud pública y amagan la moral pública. Es imagen de la sociedad indiferente que los olvida, la cierva helada por las nievas del norte de Europa, cuyas tetas chupa el cervatillo sin sacar de ellas ni calor ni sustento.

No pedimos para el conventillo de Buenos Aires leyes higiénicas tan estrictas como las que Moisés dicto al pueblo judío y se registran en el Levítico13; pero es racional exigir la vigilancia de ese foco perenne de muerte y de degradación. Se comprende que en la hora del peligro se reúnan los hombres, como se reúnen las ovejas durante el aguacero, para prestarse mutuamente amparo; pero no es comprensible que se tolere la reunión de hombres inmundos y avarientos para engendrar enfermedades y propagar entre ellos mismos los gérmenes de la descomposición y de la muerte.

 

 

Diez años después nada ha cambiado.

Adrián Patroni, un activo dirigente obrero que ha participado en los primeros pasos organizativos del movimiento sindical argentino, escribe en su ya citado Los trabajadores en la Argentina.

 

 

Imaginaos un terreno de 10 a 15 metros de frente (los hay que solo tienen de 6 a 8) por 50 a 60 de fondo; algo que se asemeja a un edificio, por su parte exterior, o casa de miserable aspecto, generalmente un zaguán cuyas paredes no pueden ser mas mugrientas, al final del cual una pared de dos metros de altura impide que el transeúnte se perciba de las delicias del interior. Franquead el zaguán, y veréis dos largas filas de habitaciones; en el centro de aquel patio cruzado por sogas en todas direcciones, una mugrienta escalera de madera pone en comunicación con la parte alta del edificio. El conjunto de piezas mas bien que asemejarse a habitaciones, cualquiera diría que son palomares; al lado de la puerta de cada cuarto, amontonados en completo desorden, cajones que hacen las veces de cocina, tinas de lavar, receptáculos de basura, en fin, todos los enseres indispensables de una familia, que por lo reducido de la habitación forzosamente tiene que quedar a la intemperie. En la parte alta del conventillo la estrechez es mayor, pues no teniendo los correderos más que un metro o metro y medio de ancho, apenas queda espacio para poder pasar.

Las habitaciones son generalmente de 3 por 4 metros de altura, excelentes piezas, cuando llega a tener una superficie 4 por 5. Esas celdas son ocupadas por familias obreras, la mayoría con 3, 4, 5 y hasta 6 hijos, cuando no por 3 o 4 hombres solos. Adornan estas habitaciones dos o tres camas de hierro o simples catres, una mesa de pino, algunas sillas de paja, un baúl medio carcomido, un cajón que hace las veces de aparador, una maquina de coser, todo hacinado para dejar un pequeño espacio donde poder pasar las paredes, que piden a gritos una mano de blanqueo, engalanadas con imágenes de madonas o estampas de reyes, generales o caudillos populares, tales son en cuatro pinceladas los tugurios que habitan las familias obreras en Buenos Aires, los que a la vez sirven de dormitorio, sala, comedor y taller de sus moradores.

Pocos son los conventillos donde se alberguen menos de ciento cincuenta personas. Todos son, a su vez, focos de infección, verdaderos infiernos, pues el ejercito de chiquillos en eterna algarabía no cesa en su gritería, mientras los mas pequeñuelos, semi desnudos y harapientos, cruzan gateando por el patio, recogiendo y llevando a sus bocas cuanto residuo hallan a mano; los mayorcitos saltan, gritan y brincan produciendo desde las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche un bullicio insoportable.

 

 

El alquiler.

 

En 1883 el alquiler promedio de una pieza de conventillo ascendía a $ 5,80, cifra que siete años después, a favor de la voracidad especuladora que caracteriza a la vida económica del 80, se duplicaba con creces. Para evaluar la incidencia de los alquileres en el presupuesto obrero debemos tener en cuenta que hacia 1886, sobre la base de datos confiables, el salario promedio de un obrero calificado era de $ 2,50, en tanto que la mano de obra no especializada (que constituía un porcentaje importante de la población activa) llegaba excepcionalmente a salarios de $ 2. En 1895 el primer sector alcanzaba los $ 3,50 y el segundo había crecido apenas proporcionalmente, mientras que los alquileres, en contraste con este parsimonioso incremento salarial, habían sobrepasado con generosidad la barrera de los 100%. Para una visión mas ajustada de las fluctuaciones del salario hay que tener en cuenta, como lo señalaba Adrián Patroni al referirse a la situación de la clase obrera en 1897, que el total real de días de labor era de 257 días, con lo cual el salario real descendía en aproximadamente un 10%. Teniendo en cuenta la desvalorización de la moneda entre 1880 y 1891 (332%) José Panettieri ha calculado, en su libro “Los trabajadores”, un deterioro en pesos oro de orden de los 0,69 centavos y, entre 1885 y 1891, un deterioro de $ 1,14.

Veamos, de paso, las fluctuaciones de los alquileres en el lapso 1904-12 en cuatro parroquias representativas.

                            

 

 

 


 

 Hacia 1912, como podemos observar, la especulación había llevado los precios de locación a las nubes, y aunque se insistía en explicar este fenómeno a través de factores como el aumento de los materiales, el precio de latiera y los intermediarios parasitarios, los inquilinos de conventillo verificaban, cada mes, que la Argentina era uno de los países con alquileres mas caros.

 

 

Las huelgas de los inquilinos.    

 

Los alquileres del conventillo representaban, en consecuencia, una pesada carga en el mermado presupuesto familiar, agravada por las condiciones de precariedad e insalubridad que distinguían a los palomares porteños. Las imágenes del patrón inaccesible y del encargado cosmopolita y gruñón ingresaban con ribetes de pesadilla en las fantasías quincenales o mensuales de los inquilinos, y en este sentido vale la pena reproducir un dialogo de El conventillo, de Luis Pascarella.

 

 

Francisco saludo algo cohibido al segundo y se dirigió a don Pascuale.

-Ya sabe –le dijo-, hoy ocupare la pieza numero 31.

- Si, si –contesto don Pascuale, y prosiguió su interrumpida conversación con don Alfonso. Pero se acordó que debía cobrarle y saco de entre un manojo de papeles que tenia en la mano el recibo de la pieza-. A propósito -dijo- ecco il recibo.

Francisco que ya había levantado sus canastos, los apoyo de nuevo, hundió sus dedos en el ancho cinto llamado tirador, que oprimía la cintura, saco un fajo de billetes muy doblados, contó, recontó, volvió a contar y entrego una cantidad a don Pascuale, quien, como hombre habituado a manejar dinero, controlo con una mirada.

-¿Cuánto me das? –pregunto con impaciencia.

-Diez y seis nacionales -contesto Francisco, suspirando.

-¡Diez y seis nacionales! ¿Estas loco? -exclamo con desdén don Pascuales- ¿No te lo dije ayer? La pieza vale diez y ocho...

-¡Diez y ocho!- repitió a su vez Francisco, como si fuese el eco del otro.

- Y es barata, muy barata –continuo don Pascuale, dirigiéndose a don Alfonso-. Hoy mismo un vigilante de la sección me ofreció veinte; pero mi palabra es sacrosanta, como lo sabe la mecor quente de Buenos Aires.

Francisco se atrevió a insistir.

-Tenga consideración –dijo- somos paisanos.

-Paisanos son estos –replico rápidamente don Pascuale dándose una fuerte palmada en el bolsillo del pantalón-. Estamos en América, y en América no hay otros paisanos.

¡Estaba fresco él si hubiese tenido que vivir con los pesos que le daban los del mismo pueblo! Y, como si quisiera justificar la afirmación con el documento, extendió su brazo de conquistador hacia el fondo del callejón.

-Guárdate: allí había de todo.... blancos, negros, franceses, italianos.

-Tutti, tutti quelli che pagano sono paesani.

Ante el gesto concluyente, Francisco no tuvo más remedio: ahogo un juramento entre los dientes, saco de nuevo los billetes y le entrego los dos pesos restantes.

 

 

En 1907 se produjo un hecho insólito, la “huelga de inquilinos”, que rápidamente gano las barriadas populares con tres consignas básicas: reducción de alquileres en n 30 %, mejoras de las casas, garantía contra el desalojo.

El inusual movimiento de resistencia se inicio a comienzos de septiembre en los conventillos de la calle Ituzaingo 279-325, en los que residían aproximadamente 130 familias, y se fue extendiendo velozmente por la ciudad. Algunos propietarios transaron pero otros trataron de recurrir al desalojo compulsivo. En el inquilinato de San Juan 677 la intervención de la policía de Ramón Falcón dejo un muerto y varios heridos. El 28 de octubre los inquilinos realizaron un mitin en plaza San Martín, y a su término marcharon en manifestación hacia la avenida de Mayo. El escuadrón de seguridad intervino y se produjo un tiroteo con saldo favorable para los huelguistas: cuatro vigilantes heridos.

En hechos y comentarios de 1911 E. G. Gilimon  describió así la famosa huelga.

 

 

Buenos Aires es una ciudad que crece desmesuradamente. El aumento de la oblación es extraordinario por preferir la mayor parte de los inmigrantes quedarse en ella a ir a vivir al interior del país, cuya fama es desastrosa.

Las pésimas policías de campaña; la verdadera inseguridad que existe en el campo argentino, del que son señores absolutos los caciques electorales, influyen en el animo de los europeos, aun sabiendo que hay posibilidades de alcanzar una posición económica desahogada con mucha mayor facilidad que en la capital, a quedarse en esta, en la que de todas maneras hay mas seguridad, mayor tranquilidad para el espíritu.

La edificación no progresa lo suficiente para cubrir las necesidades de la avalancha inmigratoria, y esto hace que los alquileres sean cada día mas elevados, y que para alquilar la más mísera vivienda sean necesarios una infinidad de requisitos.

Si a un matrimonio solo le es difícil hallar habitación, al que tiene hijos le es poco menos que imposible, y más imposible cuantos más hijos tiene.

De ahí que las más inundadas covachas encuentren con facilidad inquilinos, ya que Buenos Aires no es una población en la que sea dado andar eligiendo.....

Desde muchos años atrás, esta formidable y casi insolucionable cuestión de las viviendas, había sido tema de batallas para los oradores de mitin.

Socialistas, anarquistas y hasta algunos políticos sin contingente electoral, habían en todo tiempo clamado contra la suba constante de los alquileres.

Un buen día se supo que los vecinos de un conventillo habían resuelto no pagar el alquiler de sus viviendas en tanto que el propietario no les hiciese una rebaja. La resolución de esos inquilinos fue tomada a risa y a chacota por media población.

Pronto cesaron las bromas. De conventillo a conventillo se extendió rápidamente la idea de no pagar, y en pocos días la población proletaria en masa se adhirió a la huelga.

Las grandes casas de inquilinatos se convirtieron en clubes. Los oradores populares surgían por todas partes arengando a los inquilinos y excitándolos a no pagar los alquileres y resistirse a los desalojos tenazmente.

Se rarificaban manifestaciones callejeras en todos los barrios sin que la policía pudiese impedirlas, y de pronto, con un espíritu de organización admirable, se construyeron comités y subcomités en todas las secciones de la capita.

 

 

Hacinamiento y promiscuidad.

 

Uno de los aspectos aludidos con mayor insistencia por los observadores de la época, es el hacinamiento y la promiscuidad en que se convive en el conventillo.

Ya lo advierte en su momento Eduardo Wilde, Rawson, Gache y Patroni, y es un tema inevitable en la pujante literatura de denuncia que cultivan los anarquistas.

El numero 21 del boletín que edita el Departamento Nacional del Trabajo14, (creado por Ley Nº 8.999 del año 1912), nos ofrece una interesante radiografía del conventillo- tipo en 1912. Habitan en las casas 22 familias, que totalizan, contando 20 niños en edad escolar, la no desdeñable cifra de 118 personas. El conventillo tiene 35 piezas, lo que arroja un promedio de 3,3 personas por cuarto.

Los alquileres oscilan entre los $ 20 y $ 40, según el rango y amplitud de las piezas, dentro de la jerarquía que impone el conventillo los dos o tres patios que se enfilan desde la cancel hasta el fondo. Entre los jefes de familia hay 11 italianos, 9 españoles, 1 suizo, 1 portugués, un montenegrino y 6 argentinos, y los oficios predominantes son: zapateros, pintores, albañiles, electricista, carpinteros, herreros, yeseros, mecánicos, cocheros, carboneros, foguistas, mosaistas y peones no especializados.

En 1913 el Anuario Estadístico del Trabajo señala un índice de ocupación ligeramente superior, 3,7 personas por habitación sobre 1.000 familias investigadas, y hay que suponer que estas cifras oficiales tratan de encubrir decorosamente las evidencias de la realidad. Cuatro años mas tarde el Departamento del Trabajo encuentra al 88,4 % de las familias obreras viviendo en una pieza, al 11,5 % en dos piezas y al 0,1 % en tres piezas.

En su crónica mensual de 1920 el citado Departamento se expide de la siguiente manera al analizar una serie de 80 familias investigadas.

Tenemos 13 casas en que los ocupantes de una pieza son el matrimonio y un hijo; 10 casas en que aparece la pareja y dos hijos; pero también tenemos dos casas en que los habitantes de una sola pieza son el matrimonio  y 8 hijos y dos familias que aparecen cada una con 10 hijos respectivamente. La promiscuidad de sexos establece la siguiente relación: 264 varones 215 mujeres que ocupan 80 piezas, lo que da un promedio de casi 6 personas por pieza. De más esta decir que en el componente de todas estas familias aparecen todas las edades, no siendo raro el caso en que figuran mujeres y varones de 16, 18 y 20 años de edad. A esto debe agregarse que de las 80 piezas, 19 tienen puertas y ventanas, 14 pertas y banderolas y 47 solamente puertas, lo que implica que el 59 % de esas habitaciones carece en absoluto de ventilación.

En 1926 Alejandro E. Bunge escribía en el Almanaque Social editado por la Unión Popular Católica Argentina15.

 

En la Argentina, la alimentación es de mejor calidad y mas abundante que en cualquier país de Europa; basta recordar que el consumo de pan alcanza a 167 kilos por habitante al año, el de carne a 90 kilos, el de azúcar a 27, el de leche a 83 litros, etc. El vestido y el calzado, tanto del hombre como de la mujer, son también superiores a los que pueden costearse en  muchos otros países. Las escuelas, las lecturas, la música, el deporte, el teatro y demás factores culturales, ven en constante desarrollo. Solamente en un aspecto hay deficiencia en la forma de vida modesta en la Argentina: la vivienda. Pero esta deficiencia no consiste en la mayor o menor escasez en ciertas partes de la Republica y en ciertos momentos, o en la mayor carestía.

Consiste en una carestía permanente, de causas arraigadas, que supera los limites de toda contingencia; y de ahí resulta esa vivienda, tan reducida en espacio, que representa una constante amenaza para la salud de las familias modestas, un enemigo de los delicados sentimientos de pudor y de decencia, un elemento anulador de las bendiciones de la vida de hogar. Y para no alargarnos en consideraciones que están en el corazón de todo argentino que ha estudiado el problema, diré en síntesis que la vida modesta sigue siendo en la Argentina una calamidad nacional.   

 

 

Los propietarios.

 

¿Quiénes eran, entretanto, los propietarios de los conventillos? ¿Quiénes son estos seres omnipotentes que para la imaginación popular habían llegado a construir, por excelencia, la suma más acabada y perfecta de la insensibilidad social?

Si pudiéramos agruparlos en una corporación ideal nos encontraríamos con caballeros que especulan con tierras latifundistas, jugadores de bolsa, políticos, miembros de la Sociedad Rural, acaparadores, industriales incipientes, rentistas puros, tenderos: la espuma del sistema.

Inclusive nos encontraríamos con algún prócer, o semiprócer, como Juan Pablo Esnaola, el autor del arreglo del Himno Nacional que hoy conocemos, muy popular en su época como banquero, tacaño y propietario de inquilinatos.

En su sintético diario Mordoqueo Nabarro efectuó la siguiente anotación descriptiva de un propietario diciendo:

 

Don Pascuale trataba de igual modo a todos los inquilinos del conventillo, sobre todo a sus paisanos. Mocetón de 31 años más bien bajo de estatura, fornido, con grandes mandíbulas, nariz abultada y ojos duros y saltones, hacia mucho tiempo que se dedicaba a la explotación de conventillos en gran escala. Mal sastre en sus comienzos, dejo el oficio improductivo para dedicarse a su nuevo negocio, cosechando en pocos años una mediana fortuna.

Desde la buena época del presidente Juárez, se le conocía por el rey de los conventillos. Poseía el instinto topográfico de lo que él denominaba progreso, y su empresa abarcaba todos los barrios. En Constitución y en Palermo, al Este y al Oeste de la enorme ciudad, dondequiera que se abría un mercado o un establecimiento industrial, aparecía su diestra de conquistador, trazando planos en los terrenos baldíos circunvecinos.

-Treinta cuartos, cuarenta cuartos – decía para si, y desde ya hacinaba la mayor cantidad de carne humana en el menor espacio posible.

Su repetida aparición en un lugar determinado constituía un signo inequívoco del seguro y rápido progreso del barrio, pues las chatas pocilgas los inmundos palomares humanos, parecían multiplicarse por el mágico poder de los juramentos que trituraban sus mandíbulas. Su cabeza, apenas desbastada, al destacarse por sobre los destartalados andamios, era el jalón inconfundible que anunciaba el monstruoso crecimiento de la gran ciudad. Para llevar a cabo su fructífera empresa no necesitaba grandes capitales, pues su futura clientela en materia de habitación no era exigente. Un amasijo de barro en plena calle, cuatro tablas viejas, una mano de cal y ce n’e troppo per questa getaglia. En la vecindad de Palermo poseía un corralón atestado de puertas viejas, ventanas retorcidas, pilas de tachos, baldosas, maderas y cuanto trasto aparentemente inútil pescaba en los incendios o demoliciones de edificios. Sin embargo, él conocía sus virtudes; ese montón de cosas viejas y mal olientes, contenía el germen del futuro organismo ciudadano.

Sus repetidos triunfos lo habían infundido el orgullo de vencedor, y de ahí que cada ves que sus maderas y techos, transformados en parodias de casas, avanzaban hacia la Pampa desierta, don Pascuale envolvía el barrio entero en un ademán de conquistador y lo bautizaba con su formula consagrada por diez éxitos.

Su trato cotidiano por motivos del oficio con gente de la municipalidad y juzgados de paz, facilitaban sus conquistas y lo abocaban a nuevas empresas. Por poco de nada estaba al tanto de todas las menudencias administrativas. La sanción de una ordenanza, la presentación de un nuevo proyecto, todo lo sabia con anterioridad. Jamás desembolso una multa, jamás había perdido un centavo, jamás había estado una hora preso. La baja burocracia, los modestos empleados que siempre gastan el doble de lo que ganan y viven en perpetuo déficit, tenían en don Pascuale un “suple pater familiar”16, amable y hasta dadivoso.

Adelantar el importe de un mes a uno, cinco o diez pesos a otro, hacerse el olvidado de un préstamo anterior, perdonar el interés usuario, eran pequeños capitales que le redituaban beneficios más grande, la ganga gorda consistía especialmente en el régimen cuartelero implantado en sus conventillos. Nadie más que él demostraba prácticamente que las costumbres constituyen las verdaderas leyes. En 24 horas planificaba al más pintado de sus inquilinos en la calle, con el agregado de una paliza policial si se atrevía a lanzar un quejido.

Todo rasgo humanitario, todo lo que implicaba sentimientos, simpatía, cooperación, todo lo que no tuviera atingencia con su negocio, desaparecía de su mente al pisar el conventillo. Los cuartos, los trastos y las personas se confundían en un solo montón, en una sola entidad productora de un determinado número de pesos mensuales. El mes que alguna maquina fallaba, a la calle, sin lastima, sin sensiblerías impropias del negocio, y venga otra a ocupar su puesto.              

 

 

El nombre.

 

Un indudable hallazgo lingüístico fue la traslación de significado de la voz “conventillo” y su paronomasia “convento”, que en el español popular mentaban al prostibulo. La imaginación popular, rica en la captación de matices y notablemente aguda por su capacidad de síntesis, pronto encontró nombres para estos pudrideros de la miseria inmigrante. Hubo un conventillo famoso al que se apellidó “Las 14 provincias”, y cuatro no menos populares -recordados por Armando Discepolo- a los que se nombro, con la consabida puntualización irónica de hacinamiento y suciedad como “Los dos mundos”, “El palomar”, “Babilonia” y “El gallinero”.

Un sainetero, Alberto Vacarezza, aseguro la posteridad entre mítica chacotona de un conventillo villacrespense, el notorio “conventillo de la paloma”. A propósito de este inquilinato y de su nombre, dice Manuel Castro en su Buenos Aires de antes:

 

Villa Crespo dejo de ser un lugar de transito, una travesía desierta. La gente, aquerenciada, fundo el barrio propiamente dicho..... Un barrio de pobres que necesito de ese albergue porteño de la miseria colectiva: el conventillo. Nació envejecido y sucio, chato y profundo, huraño y chismoso, con habitaciones numeradas como celdas de presidio, con tabiques apartadores que embretaron el rebaño humano..... Lo bautizaron conventillo Nacional, en homenaje a la fabrica17 que determino su nacimiento.

 

Poco después anota Castro, un verdadero acontecimiento le cambió el nombre: “una mañana se mudo a una de sus piezas la Paloma, joven, linda, coqueta..... Se diferencio de las otras fabriqueras por el constante buen humor y la eterna actividad. Nunca demostró cansancio, desaliento, disgusto; siempre tuvo una sonrisa o una canción a flor de labios”.      

 

 

De casa patricia a conventillo.

 

Muchas casas de inquilinato, por cierto, conocieron tiempos mejores, e inclusive cierta fastuosidad patricia, hasta el punto de que no faltaron memorialistas, como Manuel Bilbao, que insinuaran una recatada y melancólica evocación, palinodia cenicienta que apelaba, en horas de profunda transformación, a hipotéticos ayeres mas venturosos.

Una casona que termino en conventillo fue la famosa “de la virreina Vieja”, construida a fines del siglo XVIII en la esquina Noroeste de Perú y Belgrano, y habitaba entre 1801 y 1804 por el Virrey don Joaquín del Pino y luego por su viuda. Esta casa, a la que se consideraba una de las más lujosas de Buenos Aires, fue luego propiedad de la familia Medrano, y más tarde, por disposición testamentaria, de la Cofradía del Santísimo Rosario. En 1878 funciono allí el Monte de Piedad de la Provincia de Buenos Aires, y años después - hasta aproximadamente 1909 - el Banco Municipal de Préstamos.

 

Desde entonces – cuenta Luis Canepa en su libro El Buenos Aires de antaño – la vieja casa se convirtió en conventillo; la habitación donde estuviera instalado el regio dormitorio de la Virreina termino siendo taller de planchado. Ya antes, el amplio patio en el que el Virrey se sentara durante el verano para jugar con sus amigos al tracillo o departir con ellos, había servido para subastar las prendas pignoradas que no se renovaban o rescataban dentro de los plazos establecidos.

 

Otra casa que derivo en conventillo fue la de Ramos Mejía, en Bolívar 553, asiento de la legación inglesa y último refugio de Rosas después de Caseros, e igual suerte le toco al caserón de Bolívar 531, propiedad de Mercedes Rosas, hermana de don Juan Manuel.

También recalaron en inquilinatos las casas de mediados del siglo XVIII que ocupaban la esquina de Balcarce y Venezuela, en una de las cuales vivió Manuel de Lavarden, refinado poeta y dramaturgo.

La indiferencia mercantilista de los propietarios y el ritmo irreversible del “progreso”, como se llamaba por entonces al pleno ingreso de nuestro país en la orbita capitalista inglesa, no perdonaron siquiera a los monumentos de la “pequeña historia” Argentina. La casa de López, construida por Manuel Planes en la calle Perú 535, cumplió a su turno la poco gloriosa suerte de muchas de sus contemporáneas, a pesar de que en este lugar – “en la segunda pieza de la entrada principal”, según Manuel Bilbao en Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires – Vicente López y Planes escribió su poema épico Triunfo Argentino, sobre las invasiones inglesas, y en la noche del 8 de mayo de 1811 la letra del Himno Nacional.

Roberto Mariani dejo constancia de esta decadencia y caída de las casonas patricias en su pasaje de su relato “Santana”, incluido en los Cuentos de la oficina (1928):

 

 

Calle silenciosa y de escaso movimiento; apenas la atraviesan durante las horas del día unos cuantos carros –chatas y camiones – pesadísimos con sus enormes cargas. La calle Balcarce corre desde la Plaza de Mayo hasta el Parque Lezama en línea irregular interrumpida cinco o seis veces por manzanas de edificios que la tuercen y la llevan cincuenta, cien metros hacia el Este.

Alguna vez – en Venezuela – se corta, desaparece, como absorbida por el Paseo Colon, pero reaparece dos cuadras mas al Sur. Tiene su arquitectura peculiar esta calle Balcarce.

A lo mejor, al lado de un galpón moderno de fachadas desnudas de ornamento, o al costado de una casa de renta de cinco o seis pisos encimados como hojas de libro, esta depositada, como cosa olvidada, alguna vieja casona colonial, de humilde y sarmentosa fachada, de muros descascarados, con ventanas enrejadas, portales de madera tallada, pero incompletos, y un techo de teja, tan bajo, que parece caerse encima de uno. Estas casonas son, para el espíritu curioso, las más interesantes; dan la grotesca impresión de un apuesto y orgulloso hidalgo tronado y con hambre; mucho abolengo, limpio apellido, autentico escudo de armas, traje de irreprochable corte, pero todo sucio, viejo y pobre.

Una de estas antiquísimas mansiones actualmente agoniza en conventillo.

 

 

También Leopoldo Marechal ironizo sobre el destino conventilleril de las mansiones, destino que parece revelar, con su vuelta de rosca grotesca, la falacia de cierta prosperidad Argentina. En el  Megafón (1930) leemos la descripción del conventillo de la calle Serrano, en el que vivió José Luna un vendedor de Biblias:

 

 

El conventillo del Tuerto Morales, donde la vocación de José Luna tuvo escenario y coro, erguía su mole de falso castillo medieval en la calle Warnes, y su origen arquitectónico era un misterio para las gentes de aquel suburbio. Las mas antiguas lo daban como el viejo casco residencial de la quinta de los Balcarce, que asaltado por las corrientes inmigratorias de comienzos de siglo no tardo en adquirir la figura de un inquilinato inmenso, gracias a una serie de arrendadores y sub arrendadores en forma de sanguijuela, de la cual el Tuerto había sido el ultimo y el que lego su nombre a la coloreada institución. Con una familia entera en cada reducto, salón y torre almenada, el castillo era teatro de una humanidad que decía sus conflictos a pleno sol o a plena lluvia. Y los conocí a todos, en cada uno de sus gestos, y los ame por que los conocía. José Luna ocupaba con su mejer Filomena lo que había sido antes la “sala de música” del castillo, y que aun conservaba, ya borrosos en sus paredes, ángeles mofletudos que soplaban trompetas y ángeles entecados que tañían sus arpas, obra quizás de algún decorador italiano, que había transferido a Buenos Aires anacrónicas grandezas del Renacimiento. En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar, el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molesto en adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado “el gaita”; Vicente Leone, o “el tano”, y Antenor Funes, conocido por “el salteño”. En cuanto a Filomena, la mujer del boxeador, se dice que fue un alma en blanco, pese a su gordura esferoidal y su inclinación al chismorreo, por lo cual José Luna decidió meterla en el Paraíso, aunque fuese a patadas, y hacerle adquirir una buena clasificación en el ranking de la Jerusalén Celeste.

 

 

Integración y querella  

 

Los nutridos contingentes inmigratorios que llegaron al Rió de la Plata a lo largo de los años 1880, provocaron la reacción despavorida de la oligarquía criolla. Uno de sus representantes más conspicuos, Miguel Cané, pone en boca de cierto personaje de su boceto novelesco de cepa criolla esta irritada admonición, que expresa elocuentemente los recelos de la clase:

 

Mira, nuestro deber sagrado, primero, arriba de todos, es defender nuestras mujeres contra la invención tosca del mundo heterogéneo, cosmopolita, híbrido, que hoy es la base de nuestro país. ¿Quieren placeres fáciles, cómodos o peligrosos? Nuestra sociedad múltiple, confusa, ofrece campo veste e inagotable. Pero honor y respeto a los restos puros de nuestro grupo patrio; cada día los argentinos disminuimos. Salvemos nuestro predominio legítimo, no solo desenvolviendo y nutriendo nuestro espíritu cuanto es posible, sino colocando a nuestras mujeres, por la veneración, a una altura a que no llegan las bajas aspiraciones de la turba. Entre ellas encontraremos nuestras compañeras, entre ellas las encontrarán nuestros hijos. Cerremos el círculo y velemos sobre él.

 

Estos argumentos, o la ideología que explicitan, son frecuentes en la literatura de la época, aunque no lo son menos los que apelan a la integración y a la convivencia pacifica de los dos grandes grupos.

Se inscriben en esta línea autores como Podesta, Grandmontagne, Ocantos, Gerchunoff, que articulan las diversas variantes y vertientes de la ideología conciliadora.

El naciente socialismo, por su parte, el carácter benéfico, modernizador y necesario de esta nueva presencia. En uno de los primeros editoriales de La Vanguardia, por ejemplo, se expresa que:”junto con la transformación económica del país se han producido otros cambios de la mayor trascendencia para la sociedad argentina. Han llegado un millón y medio de europeos, que unidos al elemento de origen europeo ya existente, forman hoy la parte activa de la población, la que absorberá poco a poco al viejo elemento criollo, incapaz de marchar por si solo hacia un tipo social superior”.

¿Pero cual podía ser el instrumento para la asimilación de este nuevo aporte humano, dentro de los planes de integración que esboza, de algún modo, la línea “modernista” del “régimen”?. En 1910 Juan B, Justo lo describe así:

 

 

La organización obrera, al desarrollarse, se ha argentinizado, y ejerce cada día mas sobre el inmigrante esa función de asimilación que ya se le ha reconocido en Norteamérica. Los periódicos revolucionarios de lengua extranjera han desaparecido, y apenas quedan grupos políticos segregados por la nacionalidad de origen y por el idioma. Desde su arribo, el inmigrante suela ser invitado a entrar en su gremio, y allí lo que se habla, lo que se escribe, lo que se imprime, es bien o mal dicho y redactado en nuestra lengua. No izan en sus fiestas las nuevas sociedades obreras de socorros mutuos, banderas extranjeras.

 

 

 

Aclaremos que en este proceso de asimilación y tamizamiento algunos escritores también le reservan su papel al conventillo, el que por tales artes se transforma también en factor de control social. En 1918 las prensas de “La lectura” publican un agobiante testimonio literario-sociológico, al que ya nos hemos referido. Se trata de El conventillo, “novela de costumbres bonaerenses” de Luis Pascarrella, en las que encontramos una descripción minuciosa, documental y hasta cierto punto didáctica de las zarandeadas casas de inquilinato.

Por las paginas de este curioso testimonio desfilan casi todos los tipos característicos, conductas y pautas imaginables: los gringos desarraigados del medio rural y del tiempo naturalista de las faenas agrarias, los compadritos, los criollos desplazados por el “aluvión migratorio”, los anarquistas de los tiempos heroicos, los patrones inescrupulosos, los poetas barriales, los políticos vividores, los rufianes, los obreros, etc. Pero esta catalogación estratificadora no está exclusivamente al servicio de un número pintoresquismo al uso. Las criaturas, los ambientes y las peripecias descriptas por Pascarella abonan una tesis –científicamente prestigiosa en su momento- que tiene mucho que ver con el darwinismo social: el conventillo es, ante todo, “una estación de transito”, un “gran cedazo que retenía la parte mas gruesa”. Frente a las imágenes espectrales del conventillo que convoca Pascarella, se levanta el espejismo de la movilidad social. Toda la escoria del inquilinato, descripta con los trazos más grueso del arsenal naturalista, encuentra su legitimación en el previsible y equilibrado desarrollo de la comunidad: el calandrajo, la mugre, el trato promiscuo y la enfermedad; el conventillo y sus secuelas malsanas son apenas los “extremo de un sistema perfectible”. En este sentido aventura Pascarella:

 

 

A este sentimiento colectivo obedecía la actividad del conventillo. A él se subordinaba la existencia. La salud, la estrechez, las privaciones, las satisfacciones de otras necesidades que no fueran las más indispensables, desaparecían ante la idea obsesionante de ganar y ganar plata y más plata.

Por eso todo lo que no tuviera atingencia con el dinero era incidental y secundario. De ahí que el conventillo viviese en perpetua movilidad. Era una estación de transito. La gran mayoría de sus moradores permanecían allí el tiempo necesario para ahorrar la cantidad de dinero que bastase para regresar a la tierra, comprar una casucha, emprender un negocio o cambiar de profesión. Durante este tiempo los carniceros, los zapateros, los albañiles, la muchedumbre de todas las nacionalidades y oficios se imponían una miseria forzosa, ignorando la existencia de otras necesidades que no fueran indispensables para la vida corporal. Se sufría esa miseria impuesta, con la resignación y hasta con el placer del que se flagela seguro de ser largamente compensado en la vida futura. Pero aquí la compensación era inmediata, los ejemplos se palpaban en los cuatro costados de la ciudad. Miles de conventillos, empujados por la ley de capilaridad, se elevaban del fondo inmundo del conventillo y desbordaban. En medio de aquel ambiente caldeado, los órganos adquirían una nueva plasticidad. El choque de aquellos seres, aparentemente extinguidos en inertes, engendraba un raudal de nuevas energías, que los animaba y transformaba, orientándolos hacia un cambio imprevisto, inesperado.

Pero al mismo tiempo el conventillo obraba a la manera de gran cedazo que retenía la parte más gruesa.

Lentamente se producía la estratificación de los impotentes, de los degenerados, de los imprevisores, de los ingenuos, de los que no tienen fuerza necesaria para romper el alveolo y elevarse, de los que solo se mueven empujados por la gran palanca social. Esas capas estacionarias que obran a manera de impedimenta civilizadora, también constituían una fuerza que al obrar se transformaba en instituciones complementarias que, lejos de exteriorizar un progreso, evidencian el gran desconocimiento de las leyes naturales y constituyen la prueba del largo proyecto que aun tiene que recorrer la humanidad para llegar a una verdadera civilización. Los hospitales, las casas de sanidad, los establecimientos llamados de beneficencia son otras tantas pústulas hereditarias que acusan la infancia del cerebro incapaz de disciplinar las necesidades, dentro del marco trazado por las leyes férreas de la naturaleza. Allí quedaban los torturados por su propia organización, cuyo medio defensivo era la constante imprecación contra la suerte, el destino y la maldad de los demás. Sin la mayor sospecha de que el mal heredado o adquirido radicaba en sus propias entrañas difundido en cada uno de las células de su  propio tejido. Sea cual fuere su procedencia, el rasgo originario de los que vencían y de los vencidos tendía a borrarse, quedando en el fondo un principio idéntico: la aspiravilidad económica; los uno por impulso propio, los otros a la perpetua espera del impulso ajeno.    

 

 

El conflicto social reflejado en el Arte.

 

Debido a la época en que abarcamos la Historia del Conventillo, debemos dejar en claro el tema de los conflictos sociales que transcurrían en la época, y bajo los cuales se gestarán las diversas corrientes artísticas. Es decir, desde un principio: ciudad/campo, gringo/gaucho, más dos décadas de modelo modernizador y se comenzaría a ver el límite de la burguesía nacional en donde la revolución del ´90 mostrará la fuerza del impacto migratorio.

El nuevo siglo, con estas nuevas ideas tiene el sello del antiliberalismo, “la idea de progreso se revisa y el concepto de barbarie se desplaza e invierte.” El inmigrante en lugar de ser impulsor del modelo modernizador pasó a ser impulsor del cambio.

Ahora también, las clases acomodadas comienzan a utilizar al viejo gaucho en vías de extinción como el modelo ideal de la tradición argentina en contra del invasor inmigrante que pretende quedarse con el país.

El progreso paga tributo en la masa migratoria y el antiguo Mal se convierte en ideal y el pasado emerge de la sepultura para ponerse las ropas de lo inmutable y lo eterno, lo esencialmente argentino.

Hacia 1900 la Argentina necesita de un arte nacional, el regreso de Roca al poder hace reverdecer viejos anhelos y el régimen se imagina eterno y natural.

Dentro de esa pretendida cultura nacional hay dos espacios: el de los estetizantes, que buscan emular el modernismo europeo; y el de aquellos que intentan afirmar la particularidad del criollismo.

Así se llega al Centenario, donde muchos veían la posibilidad de revalorizar su posición, la cúspide del optimismo nacional, a partir de allí todo será descenso para el ánimo de la vieja aristocracia liberal devenida en oligarquía conservadora.

Las nuevas clases nutridas con la sangre de los hijos de los inmigrantes presionan por su participación política, pero al mismo tiempo comienzan a cavar el abismo que los habrá de separar de las clases populares.

Luego, la experiencia popular participativa del radicalismo irigoyenista con sus desplazados del sistema oligárquico, hasta el arrebato fascista en que caen los viejos positivistas que tras su paso por el naturalismo y la xenofobia recalan en las “nuevas ideas” que fluyen de la vieja Italia y la nueva Alemania.

A comienzos del siglo XX, el arte argentino está alumbrando su primera manifestación autónoma con la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, que con la participación de Sívori, Schiaffino, París y Ballerini, llamado el grupo de los fundadores, proponen fomentar el cultivo de las artes en Buenos Aires.

Precisamente un pintor italiano será el encargado de la enseñanza en la Academia Libre creada por la Sociedad, siendo el maestro de toda una generación en el auge de la europeización nacional, cuando el país mira hacia el viejo continente.

Por ello todas las biografías de los artistas de estos años coinciden todas en un punto: el viaje a Italia. Esta formación dará origen a los primeros maestros argentinos luego de casi un siglo de enseñanza por europeos.

El país del Centenario abandona el viejo sueño de la aristocracia liberal y se enfrenta con la pesadilla de la oligarquía conservadora despegada de una realidad que fluye vigorosa bajo los oropeles de los festejos.

Fader y Quiros son parte de esta corriente, y Collivadino es uno de los fundadores de ella. El artista que pinta al aire libre, el artista que busca sus escenarios en los suburbios que habitaran los inmigrantes que dieron forma al nuevo modelo social: San Telmo, La Boca, Barracas; para luego tomar su carro y visitar con su caballete los monumentos más prodigiosos de la transformación liberal: Diagonal Norte, Paseo Colón, Av. 9 de Julio.

Y del realismo incubado en Europa pasan al naturalismo propio de una actitud de reacción que la elite argentina desarrolla para refugiarse del acoso social que precede al asalto político que se avecina. El motivo gauchesco y paisajístico lo evidencia, y sus obras también expondrán estos motivos.

 

 

 

El Grupo de Florida.

 

Este grupo informal de artistas de vanguardia argentino de la década de 1920, recibe el nombre Grupo de Florida porque uno de sus puntos de confluencia era la revista literaria Martín Fierro, cuya sede se encontraba en la esquina de la tradicional calle Florida y Tucumán, en la ciudad de Buenos Aires. También porque acostumbraban a reunirse en "La Richmond", el café ubicado sobre Florida, entre Lavalle y la avenida Corrientes.

Entre otras cosas el Manifiesto de la agrupación  sostenía  la voluntad de romper los esquemas y reglas artísticas entonces vigentes.

Una tradición pintoresca entre las movidas artisticas de Buenos Aires suelen ubicar al Grupo Florida como opuesto al Grupo de Boedo, aunque los límites entre ambos nunca estuvieron definitivamente marcados. Se le atribuye al Grupo Florida una mayor identificación con las elites, mientras que al Grupo Boedo se lo relaciona mas con los sectores obreros y populares, aquellos que se encontraban en la línea de marginación social.

El Grupo Florida también se caracterizó fundamentalmente por la búsqueda de innovaciones vanguardistas relacionadas con las formas, apoyándose fuertemente el surrealismo, el dadaísmo, el ultraísmo y en general todas las corrientes de vanguardia que en Europa estaban en pleno auge.

Sus integrantes fueron grandes personajes de la innovación y de un estilo único, entre ellos podemos citar:

En el arte literario: Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Raúl González Tuñón, entre otros.

En pintura los más destacados son: Alfredo Guttero, Norah Borges, Antonio Berni, Emilio Centurión y Emilio Pettoruti.

 

 

El Grotesco Criollo.

 

Nace en la Argentina como producto de un caos social donde nadie sabe, ni se encuentra en si mismo, de donde vino, o a dónde irá a parar, y es en los conventillos hogar cosmopolita de los inmigrantes donde surge este destacado estilo. En medio de la incomunicación, las desilusiones y el desarraigo, derivando del sainete, tomando se adoptan características del grotesco italiano para representar la situación de la vida cotidiana.
            El grotesco será un estilo que se relacionara con lo cómico con fuerte influencia con la sátira, la ironía, la burla, etc. Sin embargo existe dentro del estilo una característica destacable, y es que en sus obras no anula la grandeza y la dignidad de la realidad,  provocando en el espectador un sentimiento de superioridad ante lo presentado o de complicidad con quien está haciendo la puesta en escena. El grotesco, por la presencia simultánea de lo cómico y lo trágico, impide al receptor situarse en cualquiera de los terrenos seguros de la tragedia y la comedia, aventurándose entre el sentimiento ambiguo de la risa y el llanto. El grotesco destruye las categorías de orientación en el mundo: las órdenes de la naturaleza, la categoría del objeto, el concepto de personalidad, el orden histórico, la coherencia lingüística, las leyes físicas, las leyes estéticas (lo bello – lo feo; lo cómico – lo trágico) para fundirlas y confundirlas en formas que se fusionan.

El contexto social del grotesco criollo se encuentra sumergido sobre un clima de desolación, desarraigo e incomunicación, reflejo característico de los conventillos de Buenos Aires, en donde se encontraban  poblados por inmigrantes de distintas procedencias que han venido a hacerse la América y al instalarse han visto su sueño roto, con la añoranza de volver a su tierra. La melancolía del tango y del criollo de la Pampa húmeda, junto a la desilusión de no haber cumplido los sueños y la soledad provocada por las imposibilidad de la comunicación y las diferencias étnicas y generacionales confluyen en éstas tierras haciendo una característica propia de la cultura Argentina.

Desde la década del ´30 uno de los personajes más destacados del género grotesco es Armando Discepolo, quien se encargara de definir dolorosamente cuál era la situación personal de los inmigrantes, con sus sinsabores y fracasos donde el tema básico es la ausencia de dinero y como consecuencia: los fracasos, el desamor, la disolución familiar, la corrupción, el delito, la miseria, la humillación. Presentes en la vida cotidiana de los conventillos.

 

El Sainete.

 

El conventillo fue activa fuente de inspiración para los saineteros. De allí que la activa vida cotidiana era la fuente de las obras. Muchos fueron los escritores que a través del sainete trataron de representar lo que pasaba en el conventillo. Los ejemplos son muchos pero recordemos sumariamente algunos de estos escritores y sus obras que se inspiraron por la situación. El deber, de Ezequiel Soria; Fumadas, de Enrique Buttaro; Mateo, de Armando Discépolo y De Rosas; El diablo en el conventillo y Los disfrazados, de Pacheco; Tu cuna fue un conventillo y La comparsa se despide, de Va carezza; etc.

Todos estos grotescos tienen la particularidad de reflejar de manera agridulce la realidad que vivía el inmigrante en las casas de inquilinato. Se podría decir que testimonia de manera teatral la desesperanza de la inmigración frustrada y encallada en el patio del conventillo.

Vacarezza ironiza su propia receta sainetera al estilo discepoleano, y nos dice en su obra “La comparsa se despide”:

 

 

Un patio de conventillo,

un italiano encargao,

un yoyega retobao,

una percanta, un vivillo,

un chamuyo,

una pasión,

choque, celos, discusión,

desafió, puñalada,

espamento, disparada,

auxilio, cana....telón.

 

 

Florencio Sánchez también fue uno de los máximos exponentes del sainete criollo que  fue seducido por el tema de la casa de inquilinato, estrenando su primera obra teatral en el teatro Marconi el 22 de junio de 1906, con música del maestro Paya. Al día siguiente un cronista del diario La Nación comentaba lo siguiente: “Es esta una obra sin mayores pretensiones. El autor solo ha querido reproducir algunas escenas de la vida abigarrada de conventillo suburbano, y realiza su objeto adecuadamente. Los breves cuadros que nos presenta El conventillo son variados, ágiles, y le ofrecen al autor la ocasión de trazar, como él sabe hacerlo algunos tipos de verdadero carácter”

Este dramaturgo uruguayo supo muy bien demostrarle a la sociedad, a través del teatro como era la vida en los conventillos de Buenos Aires y con que situaciones se tenían que enfrentar sus moradores.

El sainete fue pura expresión literaria con su eje principal en la cuestión social, económica y política de los inmigrantes que vivían en los conventillos. Fue una mezcla de risa con llanto, de melodrama18 con cocoliche19; que serian la base de una nostalgia de volver a los viejos tiempos20.

 

 

El Grupo de Boedo.

 

En 1923 es el año en que nace el Grupo de Boedo, destacado por sus grandes escritores y artistas plásticos que formaron una de las vanguardias de la década adquiriendo como temática la cuestión popular.

Este grupo se destaca por ser un agrupamiento informal de artistas de vanguardia en la Argentina durante la década del ´20.

Recibieron el nombre de Grupo de Boedo porque uno de sus puntos de encuentro más frecuentes era la Editorial Claridad, ubicada en Boedo 837, eje de los barrios obreros de Buenos Aires. El grupo se caracterizó por su temática social, sus ideas de izquierda y su deseo de vincularse con los sectores populares y en especial con el movimiento obrero.

Este Grupo se caracterizó fundamentalmente por la búsqueda de innovaciones vanguardistas relacionadas con los contenidos en las temáticas sociales y políticas, siempre desde una perspectiva de izquierda.

Sus principales exponentes en el movimiento literario son: Leónidas Barletta, Nicolás Olivari, Álvaro Yunque, Roberto Mariani, Raúl González Tuñón, Gustavo Riccio, Aristóbulo Echegaray, entre otros.

En el movimiento plástico los máximos exponentes son: José Arato, Adolfo Bellocq, Guillermo Hebécquer y Abraham Vigo.

 

 

El tango.

 

El conventillo también alimento la veta de los poetas del tango, que adquiere en sus comienzos un carácter arrabalero, estigmatizador, pendenciero, sentimental, por momentos trágico, que siempre lo vamos a ver flotar en los versos de letras como: Flor de tango, El choclo, Bandoneón arrabalero, Mi noche triste, Justo el 31, Ventanita de arrabal, etc. Será así que se transformara en la expresión mas destacada de la clase baja que vivía en el conventillo, por que allí era donde se encontraban los personajes mas grotescos de la sociedad, como los compadritos, los rufianes, las prostitutas, los arrabaleros, etc. 

En su composición lírica - a lo igual que el sainete – utilizara los sentimientos de alegría y de tristeza, de amor y odio, de traición y fuerza, que eran parte de la vida de los inquilinatos.

El deseo sexual, sublimado en sensualidad, y la tristeza o melancolía, derivada de un estado permanente de insatisfacción, son los componentes centrales del tango. En sus orígenes esos sentimientos afloraron de la dura situación de millones de trabajadores inmigrantes mayoritariamente varones, solitarios en una tierra extraña, acudiendo masivamente a los prostíbulos, donde el sexo pago acentuaba la nostalgia de la comunión y del amor, la añoranza de la mujer y la evidencia de la soledad.[] El tango emergió así de un resentimiento erótico[] masivo y popular, que condujo a una dura reflexión introspectiva, también masiva y popular, sobre el amor, el sexo, la frustración y finalmente el sentido de la vida y la muerte para el hombre común.

En el curso del siglo XX y con la importancia que adquirió la sexualidad y la introspección, así como una visión existencial y menos optimista de la vida, el tango desarrolló sus componentes básicos como una expresión artística notablemente relacionada con la problemática del hombre contemporáneo. Ernesto Sábato reflexiona que la reunión en el tango de componentes marcadamente "existenciales" con el temple metafísico, es lo que hace de esta danza o estas canciones una expresión artística singular en todo el mundo.

Fue el tango el que con sus mas perfectas poesías hizo eco del acontecer político y económico de 1930, en donde el panorama no era muy alentador, sino que triste y muy desdichado. Pero fueron estas las causas de sus más profundas inspiraciones, en donde sus mejores obras terminan extendiéndose más allá de los suburbios de la ciudad, logrando del tango un refinamiento artístico y un gran compromiso social.

No debemos olvidar que en los comienzos la difusión del tango circulaba en los bailes de patio, donde se lo alimentaba coreográficamente de cortes y quebradas y que eran los lugares mas apropiados para cualquier muchacho de clase media que buscara aventura arrabalera.

 

 

Mis veinte años de muchacho porteño conocieron los bailes de patio. Busque fuera de mi barrio – para mayor libertad de acción– lo que para otros era la naturalidad de la vida y para mi resultaba el color del suburbio de mi ciudad. Un domingo por la tarde, los amigos que se reunían en la ochava de la almacén – para mi familia eran verdaderos enemigos públicos- me llevaron a uno de esos bailes. Entre sin pagar por que concurrí en rigurosa calidad de guapo. Es fácil –me dijeron-: si alguno macanea o se propasa le decimos que es mejor que se vaya. Si se rechifla, lo sacamos a empujones, pero despacito. Ahí no hay que pelear: las piñas son a la vuelta.

Concurrí atraído por esa promesa de violencia, lo confieso. Mas también por los elogios que me habían hecho de las muchachas que formaban lo que podría denominarse la brigada de choque de la fiesta. En verdad, las chicas superaban las ponderaciones. En cuanto a la violencia, estuvieron apunto de aplicármela en carne propia, porque debido a una falla de organización, fue a mi a quien quisieron sacar a empujones. El organizador del baile había cometido la torpeza de llevar, de dos barrios distintos, otras tantas guardias de seguridad. Los encargados de guardar el orden casi lo destrozan porque, en mitad de un tango, un grandote de la otra barra me llamo al zaguán y allí, mientras me arrugaba las solapas del saco con sus dedos que parecían monstruosas patas de cangrejos, pregunto, con otras palabras, a que altura del cuerpo de una bailarina ubicaba yo la cintura y que entendía por luz. Con el mismo desparpajo de estudiante lancero que me valió pequeñas victorias y un arrepentimiento para toda la vida, intente tomar las cosas al pie de la letra y abrumarlo con mis conocimientos científicos. No se me haga el vivo fue definitivo. Menos mal que el organizador, que había advertido la incidencia, acudió a tiempo. Canjeaba toda clase de explicaciones entre las dos barras, todos juntos procedimos a expulsar a un cargoso que desde hacia una hora no le quitaba el ojo a los sandwiches. La medida fue de rigurosos carácter preventivo.

Los sandwiches, según me lo hizo saber el organizador, poseían gran importancia en el conjunto, porque su venta corría por cuenta del encargado de la casa, que era una casa de vecindad. El encargado compra el pan, el queso y la mortadela, y toda la ganancia era suya.

En cambio –me aclaró- en la cerveza iban a medias. El organizador conseguía a precio de costo los barriles y el hielo, y por pocos centavos le alquilaban la serpentina y el impresionante aparato para guardar la presión. Ante una inquietud que le expuse, me afirmó: no; no pueden tragarme, porque tantos litros son tantos pesos.

Claro esta que el conjunto de la organización no era una cosa simple. Había  que empezar por conseguir el patio. No todos los encargados estaban dispuestos a alquilarlo por la suma de diez pesos, y en ciertas casas no faltaba la familia que se oponía decididamente a soportar un baile –de 17 a 22- frente a la puerta misma de su pieza. Conseguido el patio, una semana antes de la fiesta era necesario empezar la propaganda para evitar que la corriente bailarina tomase otro rumbo. Lo mas seguro era hacer un veinte por ciento de descuento en las entradas que se adquirían antes del viernes y favorecerlas con el derecho de una rifa. Había que contratar la orquesta, con la dificultad de que a veces el bandoneonísta vivía en Villa Luro, el violinista en Barracas y el guitarrista en Saavedra, y, como es natural ninguno de los tres poseía teléfono.

Los bailes de patio, compartidores y embriones de los bailes de sociedades recreativas que acaparan los salones del centro, eran, en el tiempo de mis veinte años -¡hace, ay, otros veinte!- un compás de la vida del buscavidas, cuyos treinta pesos semanales alcanzaban la seguridad de una renta siempre que contase con la fidelidad del fiscal de puerta.21  

 

La crisis importada 1929 entra a la Argentina de manera lenta, pero teniendo efectos muy rápidos. La sociedad en poco tiempo empezaría a sentir los temblores de un modelo económico que desencajaba con las nuevas reglas de juego.

Ya para 1930 la desocupación y el hambre empezaron a ser los síntomas más molestos de las clases bajas, haciendo de la vida una aventura constante que enfrentar.

Frente a este panorama en donde la pobreza era la madre fecunda y reinante, el conventillo tuvo que abrir sus puertas para recibir a todos aquello que llegaban a la ciudad en busca de trabajo, pero en esta oportunidad no daría a vasto para abrazar con sus pequeñas piezas la gran cantidad de inmigrantes que provenían de las diferentes provincias. Este hecho ocupacional hace que los que llegaban a la ciudad en busca de trabajo se comiencen a asentar en los alrededores de la gran ciudad, lo que provocó la expansión de los centros urbanos y de sus alrededores, especialmente del Gran Buenos Aires.

Es el tango -el movimiento artístico más consumido por los obreros- el que abandona la temática de las décadas anteriores comprometiéndose con el contexto social y político, apareciendo grandes composiciones descriptivas de la crisis que se vivía. Una de las más grandes composiciones descriptivas que realizo Ivo Pelay y Francisco Canaro en el año 1933, describen lo sucedido bajo el formato una ranchera:

 

Viejo Gómez, vos que estás 
de manguero doctorao 
y que un mango descubrís 
aunque lo hayan enterrao, 
definime, si podés, 
esta contra que se ha dao, 
que por más que me arremango 
no descubro un mango 
ni por equivocación; 
que por más que la pateo 
un peso no veo 
en circulación.

¿Dónde hay un mango, 
viejo Gómez? 
Los han limpiao 
con piedra pómez. 
¿Dónde hay un mango 
que yo lo he buscado 
con lupa y linterna 
y estoy afiebrado? 
¿Dónde hay un mango 
pa darle la cana 
si es que se la deja dar? 
¿Dónde hay un mango 
que si no se entrega 
lo podamos allanar? 
¿Dónde hay un mango, 
que los financistas, 
ni los periodistas, 
ni perros ni gatos, 
noticias ni datos 
de su paradero 
no me saben dar?

Viejo Gómez, vos que sos 
el Viancarlos del gomán, 
concretame, si sabés, 
los billetes ¿dónde están? 
Nadie sabe dar razón 
y del seco hasta el bacán 
todos, en plena palmera, 
llevan la cartera 
con cartel de defunción 
y, jugando a las escondidas, 
colman la medida 
de la situación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Conclusión.

 

            Pudimos ver a lo largo del presente trabajo, como se fue configurando poco a poco la vida urbana de nuestro país, y con ello como el conventillo pasó a ser el lugar de encuentro de diversas culturas y clases sociales.

Muchas de las grandes casas de la ciudad, pasaron a ser parte del negocio convirtiéndose en conventillos. Si bien el lugar físico se trataba de grandes edificios, como ya dijimos, estaban subdivididos, y el alojamiento era en pequeñas piezas de alquiler. El hacinamiento y la promiscuidad estaban a la orden del día, al igual que las huelgas de los inquilinos.

También en dicho recorrido logramos darnos cuenta que los malestares surgidos en la casa de inquilinatos que irían conformando un estilo particular en las vanguardias artísticas de la argentina.

El conventillo fue el hogar de los inmigrantes, pero también el sitio donde surgirían y se encontrarían manifestaciones de la vida urbana. En esa forma de vida “compartida” que ya mencionamos, que tanto caracteriza a los conventillos, no podemos dejar de mencionar la importante división cultural que a través del grotesco, del sainete y del tango entrarían en constante fricción con los movimientos estéticos de las elites.

Por lo tanto los conflictos sociales de la época pueden verse claramente reflejados en las expresiones artísticas, la oposición de diversos grupos artísticos y la clara fragmentación de la sociedad.


1 Domingo Ortiz de Rosas Militar español, Gobernador de la Capitanía General de Chile y Conde de poblaciones. Titulo nobiliario español otorgado en 1754 por el rey don Fernando IV de España. (1683-1756).

2 modernización. Implicaba económicamente estar subordinado, dependiendo de los países centrales en materia económica y política. Muchas veces construyendo redes políticas singulares.

3 La Ley de Inmigración fue producto de una época difícil y constituyó un conjunto de normas, muy sumarias, con el fin de captar trabajadores manuales en gran cantidad para desplegar intensamente las tareas en el campo.

4 Silverio Domínguez “Ceferino de la Calle”. Novela bonaerense. “Palomas y Gavilanes” (1886)

5 Escuela de Medan: escuela artistica de Italia donde se juntaban los mejores escultores italianos para hablar de sus obras.

6 Causiries de Mancilla: escritos de la época donde se trataban en forma de grotesco los temas sociales y de mejor gusto de la sociedad de Buenos Aires.

7 Las griegas de terracota: personajes míticos y refinados de los escritos de Lucio V Lopez.

8El naturalismo es una estilo artístico, sobre todo literario, basado en reproducir la realidad con una objetividad perfecta y documental en todos sus aspectos, tanto en lo más sublimes como los más vulgar. 

9 Historietas cortas realizadas por Lauzier Gerad en 1932.

10Libro publicado en 1803 que desarrollaba una teoría de convivencia entre los hombres denominada armonía universal.

11 Personaje de la historia mitológica griega.

12 Filosofía oculta de Enrique Cornelio Agrippa (1486-1535), alquimista experto en magia y cábalas. Medico de Maximiliano I y Carlos V.

13 Es uno de los libros bíblicos del Antiguo Testamento y del Tanaj. Para los cristianos forma parte del patanteuco y para los judíos de la Tora (la ley).

14 Institución que funciona como organismo administrativo y judicial en materia laboral.

15 La Unión Popular Católica Argentina, también denominado Nacionalismo Católico, hundía su matriz de pensamientos en actividades sociales y políticas con la aprobación de la Iglesia.

16 El pater familiar era el dueño legal del hogar y de todos sus miembros, en una sociedad patriarcal de la antigüedad. Él era el que trabajaba para sostener la casa y tomaba las armas en caso necesario. Era la pieza sobra la que giraba toda la familia.

17 El autor se refiere a la Fabrica Nacional de Calzado que se fundo el 3 de junio de 1888 y que dio origen al barrio de Villa Crespo.

18 Término que procede del griego y significa ‘drama cantado o silbado’.

1 Un dialecto hablado por los italianos en la Argentina italianizando el español, mezclado también con el  lunfardo porteño.

20 Los viejos tiempos eran cuando el inmigrante vivía en su tierra natal, antes de marcharse hacia otros horizontes en busca de una nueva vida.

21 Comentario Anónimo sobre los celebrados bailes de patio. publicado en la revista Continente correspondiente a mayo de 1950.